Conoce más acerca del trabajo del PNUD sobre la naturaleza, y las novedades y avances en la acción ambiental a nivel mundial en undp.org/nature (enlace en inglés).
Nuestra relación con el mundo natural está rota. Actualmente estamos utilizando recursos equivalentes a 1,7 veces los que ofrece la Tierra, lo que supera con creces lo que el planeta puede regenerar.
Por ello, es importante que cada vez más personas se involucren en acciones para proteger y restaurar la naturaleza y la biodiversidad.
Si recién te sumas a la acción ambiental o si vienes siguiendo las noticias sobre el cambio climático, pero tienes menos familiaridad con la crisis de naturaleza y biodiversidad, entonces esta guía sobre algunos de los términos y conceptos más usados e importantes es para ti.
Te invitamos a leerlo, marcarlo como favorito, y compartirlo con quienes puedan encontrarlo útil.
Por crisis de la naturaleza se entiende la rápida y peligrosa disminución de los recursos naturales del mundo y de la estabilidad de nuestros sistemas ecológicos en el último siglo. Está impulsada por actividades humanas como la deforestación, la sobrepesca y la contaminación, vinculadas a modalidades insostenibles de producción y consumo, y a una población humana en aumento. En esencia, esta crisis se deriva de la forma en que subestimamos el valor de la naturaleza en nuestros sistemas mundiales y la vida cotidiana.
La humanidad utiliza actualmente recursos equivalentes a 1,7 veces los que ofrece la Tierra, lo que supera con creces lo que los ecosistemas del planeta pueden regenerar. Este consumo es mucho mayor en los países de ingresos altos que en los de ingresos bajos o medianos e impulsa la triple crisis planetaria de pérdida de biodiversidad, cambio climático y contaminación.
Casi dos millones de los aproximadamente ocho millones de especies de plantas, insectos y animales de la Tierra se enfrentan a la amenaza de extinción, y más del 75 % de las tierras sin hielo, el 66 % de los entornos marinos y el 85 % de los humedales se han visto alterados de forma significativa por la acción humana. Para pasar de una naturaleza en negativo a una en positivo, la humanidad debe conservar y restaurar muchas más tierras, el agua y el océano del planeta, adoptar prácticas de agricultura regenerativa, hacer la transición a modalidades sostenibles de producción y consumo, y asignar valores financieros a los servicios de la naturaleza para que se les pueda dar prioridad en las políticas y las inversiones.
Por límites planetarios (enlace en inglés) se entienden las limitaciones de la Tierra en lo que respecta a recursos y sistemas de protección que crean un espacio operativo seguro para la humanidad. Cuantifican la vulnerabilidad de los sistemas que sustentan la vida en la Tierra y explican las restricciones al crecimiento económico y demográfico necesarias para mantener un medio ambiente estable. Estos límites cuestionan la visión económica predominante de una Tierra con capacidad ilimitada y ponen de relieve que nuestro desarrollo y nuestra supervivencia están sujetos a límites ecológicos.
Nueve procesos regulan la estabilidad y la resiliencia del sistema de la Tierra, y hay un límite planetario cuantificado para cada uno de ellos. En 2023, ya se habían superado seis: el cambio climático, la integridad de la biosfera, el cambio del sistema de tierras, el uso del agua dulce, los flujos biogeoquímicos y las nuevas entidades (como los productos químicos y los plásticos fabricados por el ser humano), lo que planteaba graves riesgos para la humanidad y toda la vida en la Tierra. La acidificación del océano también se acerca a un umbral crítico.
La degradación de las tierras se produce cuando las actividades humanas explotan la tierra provocando una disminución de su utilidad, biodiversidad, fertilidad y salud en general. Tiene consecuencias de largo alcance, pues altera los patrones de precipitaciones, aumenta la frecuencia e intensidad de fenómenos meteorológicos extremos como sequías e inundaciones y limita el potencial de almacenamiento de carbono de los ecosistemas y suelos. Estas repercusiones afectan a la seguridad alimentaria y a la estabilidad social y política de las comunidades y pueden conducir a un aumento de la pobreza, los conflictos y las migraciones.
Si el ritmo actual de degradación del suelo continúa, el 90 % de la superficie terrestre mundial podría clasificarse como degradada en 2050. La neutralización de la degradación de las tierras (NDT) es un estado en el que la cantidad y la calidad de los recursos del suelo necesarios para mantener las funciones y los servicios de los ecosistemas permanecen estables o mejoran con el tiempo y en diferentes lugares y ecosistemas. La NDT puede lograrse adoptando prácticas sostenibles de gestión de la tierra, pasando a una agricultura regenerativa y restaurando la naturaleza y los ecosistemas degradados. Esto es crucial para garantizar la seguridad alimentaria de una población humana de más de 8.000 millones de personas, ya que las prácticas agrícolas actuales degradan los suelos hasta 100 veces más rápido de lo que pueden regenerarse mediante procesos naturales.
La Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación tiene por objeto lograr la neutralización de la degradación de las tierras frenando e invirtiendo esta tendencia. Apoya a 131 países comprometidos a detener la degradación de las tierras para 2030.
Una zona crítica para la biodiversidad (enlace en inglés) es una región con una gran diversidad de especies que son irremplazables y están amenazadas por la pérdida de biodiversidad. Por zonas críticas se entienden aquellas que tienen al menos 1.500 especies de plantas que no crecen en ningún otro lugar de la Tierra y que han perdido al menos el 70 % de su vegetación natural original.
Las zonas críticas son las áreas de mayor riqueza biológica del mundo, ya que contienen casi el 50 % de todas las especies vegetales únicas y aproximadamente el 35 % de las especies de aves, mamíferos, reptiles y anfibios. Sin embargo, están seriamente amenazadas.
Actualmente hay 36 zonas críticas para la biodiversidad en todo el mundo. Aunque se estima que en otra época estas zonas cubrían más del 15 % de la superficie terrestre, en la actualidad sus hábitats se han reducido a aproximadamente el 2,5 %, debido a la acción y la explotación humanas. El cambio climático está desestabilizando aún más estos ecosistemas y acelerando la pérdida de hábitats. La protección y restauración de las zonas críticas para la diversidad son decisivas para detener e invertir la pérdida de naturaleza, proteger los sumideros de carbono y evitar el colapso de los ecosistemas de los que depende la vida en la Tierra.
Por justicia ambiental se entiende el objetivo de promover la justicia y la rendición de cuentas en asuntos ambientales, centrándose en el respeto, la protección y el cumplimiento de los derechos ambientales tanto para las generaciones presentes como para las futuras, además de la promoción del Estado de derecho ambiental. Defiende el principio de que toda persona tiene derecho a un medio ambiente limpio, sano y sostenible.
La triple crisis planetaria de pérdida de biodiversidad, cambio climático y contaminación socava los derechos humanos y agrava las desigualdades. Estas crisis interrelacionadas multiplican las amenazas, amplifican los conflictos y las desigualdades estructurales, y llevan a las personas a situaciones cada vez más vulnerables, especialmente las de comunidades ya marginadas.
La búsqueda de la justicia ambiental requiere, por tanto, soluciones equitativas que respeten y protejan los derechos humanos y tengan en cuenta los límites planetarios. Tales soluciones incluyen la protección de los derechos al suelo y a la tenencia de la tierra de los pueblos indígenas y las comunidades locales, la adopción de medidas sobre el derecho a un medio ambiente sano en un planeta habitable en nombre de los niños y las generaciones venideras, la incorporación de principios de transición justa en los esfuerzos para la transición a un futuro positivo para la naturaleza y bajo en emisiones, y el acceso a la justicia por violaciones de los derechos humanos causadas o desencadenadas por la defensa contra la degradación del medio ambiente y el cambio climático.
El ecocidio es la devastación o destrucción de la naturaleza en detrimento de la vida. Se define como “acto ilícito o arbitrario perpetrado a sabiendas de que existe una probabilidad sustancial de que cause daños graves que sean generalizados o duraderos al medioambiente”.
Varios países han aprobado leyes nacionales contra el ecocidio para desalentar las acciones que causen una grave destrucción del medio ambiente, estableciendo la responsabilidad penal personal de tales actos. Esto podría significar que las personas, incluidos los líderes empresariales y los jefes de Estado, podrían ser procesados y enfrentarse a penas de prisión por causar graves daños ambientales.
El ecocidio perjudica a países y sociedades que dependen para su supervivencia de los servicios que prestan los ecosistemas sanos, como el aire y el agua limpios, la polinización y los alimentos. Para los pueblos indígenas y las comunidades locales, la destrucción de la naturaleza causada por la extracción de recursos y el cambio climático también puede amenazar con erradicar sus culturas y formas de vida. El ecocidio también compromete gravemente la capacidad de la Tierra para sustentar a las generaciones futuras y sus posibilidades de disfrutar de los derechos humanos universales básicos.
Los modos de vida de los pueblos indígenas implican bajas emisiones de carbono de forma inherente, y profundizan el equilibrio entre los seres humanos y el mundo natural. Sus prácticas tradicionales tienen un bajo impacto sobre el ambiente y son sensibles a la naturaleza, ya que promueven ecosistemas autosostenibles.
Los pueblos indígenas fueron de los primeros en notar el cambio climático, y su conocimiento y sus prácticas ayudan a atravesarlo y a adaptarse a sus efectos. El conocimiento indígena, que es intergeneracional y comunitario, es una fuente de soluciones climáticas de gran valor que pueden favorecer la mitigación, mejorar la adaptación y aumentar la resiliencia. También puede complementar la evidencia científica con información minuciosa del entorno, que es clave para evaluar las posibles situaciones de cambio climático.
Los pueblos indígenas y las tierras que gestionan son esenciales para proteger la biodiversidad del planeta. Sin embargo, se los sigue excluyendo en gran medida de casi todos los procesos de toma de decisiones sobre el cambio climático y la crisis de naturaleza a nivel mundial. Su conocimiento colectivo, sus ideas valiosas, sus derechos a tierras ancestrales, territorios y recursos, y sus formas de vida deben reconocerse e incluirse en todas las acciones y políticas en materia ambiental.
Una economía verde (enlace en inglés) es un sistema económico que promueve el bienestar humano y fomenta la equidad social, al tiempo que reduce los riesgos ambientales y la escasez de recursos. En una economía verde, la atención se centra en lograr un desarrollo sostenible mediante la creación de trabajo decente y empleos verdes, la protección de la biodiversidad y los servicios de los ecosistemas, la reducción de las emisiones de carbono y la contaminación, la promoción de la eficiencia de los recursos, y el adelanto de la equidad y la justicia entre los diferentes grupos sociales y generaciones.
La financiación verde desempeña un papel crucial en el apoyo a una economía verde, proporcionando los flujos financieros necesarios de fuentes públicas y privadas a sectores clave para el desarrollo sostenible como la agricultura y la pesquería, el agua, la silvicultura, la infraestructura, la energía, la industria, la tecnología, el transporte y el turismo. En una economía verde, las inversiones financieras en estos sectores gestionan los riesgos ambientales y sociales, al tiempo que aprovechan las oportunidades que ofrecen tanto rendimientos financieros como beneficios ambientales y mejoran la rendición de cuentas en las prácticas financieras.
A través de la economía verde se busca obtener beneficios triples en los ámbitos económico, ambiental y social. Al armonizar los marcos normativos, ofrecer incentivos financieros públicos y facilitar la financiación verde en todos los sectores, los países pueden identificar sinergias positivas que ayuden a crear un sistema económico sostenible e inclusivo que beneficie tanto a las personas como a la naturaleza.
El océano, su temperatura, química, corrientes y vida, impulsan los sistemas globales que hacen que la Tierra sea habitable para la humanidad. El agua de lluvia, el agua potable, el tiempo, el clima, las costas, gran parte de nuestros alimentos, medicinas e incluso el oxígeno del aire que respiramos, todos son proporcionados y regulados por los mares. Sin embargo, debido al cambio climático, la salud del océano ahora corre un riesgo significativo.
El concepto de "economía azul" busca promover el desarrollo económico, la inclusión social y la preservación o mejora de los medios de vida, al tiempo que garantiza la sostenibilidad ambiental del océano y las zonas costeras.
La economía azul tiene diversos componentes, incluidas las industrias oceánicas tradicionales establecidas, como la pesca, el turismo y el transporte marítimo, pero también actividades nuevas y emergentes, como la energía renovable en alta mar, la acuicultura, las actividades de extracción de los fondos y la biotecnología marina.
La agricultura regenerativa es un método de cultivo que nutre y rehabilita el suelo, y, en consecuencia, minimiza el uso de agua, previene la degradación de los suelos y promueve la biodiversidad. Con la agricultura regenerativa se reduce la labranza de la tierra, se hace rotación de cultivos y se usa estiércol animal y compost, por lo que el suelo retiene más carbono, conserva mejor la humedad y es más saludable debido a la proliferación de comunidades fúngicas.
La agricultura intensiva es responsable de un tercio de las emisiones de gases de efecto invernadero a nivel mundial, emplea el 70 % del agua dulce que consumimos y provoca una degradación del suelo por el uso de maquinaria pesada, pesticidas y fertilizantes químicos. Además, es el factor que más contribuye a la pérdida de biodiversidad. En contraposición, la agricultura regenerativa ayuda a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, conserva más el agua y rehabilita los suelos. Por otra parte, un suelo saludable produce más alimentos, aporta más nutrientes y tiene otros efectos positivos sobre los ecosistemas y la biodiversidad.
Las soluciones basadas en la naturaleza son acciones concebidas para proteger, conservar, restaurar, utilizar y gestionar sosteniblemente los ecosistemas con el fin de apoyar los esfuerzos de adaptación y mitigación, preservar la biodiversidad y permitir medios de vida sostenibles. Son acciones que priorizan la importancia de los ecosistemas y la biodiversidad, y están diseñadas e implementadas con el pleno compromiso y consentimiento de las comunidades locales y los pueblos indígenas, quienes poseen conocimientos ancestrales sobre la protección de la naturaleza.
Las soluciones basadas en la naturaleza se utilizan de diversas formas en los ecosistemas terrestres, de agua dulce, costeros y marinos. La restauración de los humedales protege a las comunidades de las inundaciones, mientras que la conservación de los manglares refuerza las fuentes de alimento y minimiza el impacto que ocasionan las tormentas. Los bosques absorben dióxido de carbono, permiten que la biodiversidad prospere, aumentan la seguridad hídrica y combaten los desprendimientos de tierras, mientras que los parques y jardines urbanos ayudan a enfriar las ciudades y limitar el impacto de las olas de calor. Las prácticas de agricultura regenerativa aumentan la cantidad de carbono que secuestra el suelo y restauran su salud y productividad.
Las soluciones basadas en la naturaleza se consideran beneficiosas para las personas y la naturaleza, pues hacen frente a varios problemas simultáneamente: pueden crear empleos, brindar oportunidades de medios de vida nuevos y más resilientes, y aumentar los ingresos al mismo tiempo que protegen el planeta.
Los bosques ofrecen abundantes beneficios al absorber dióxido de carbono y agentes contaminantes de la atmósfera. A su vez, previenen la erosión de los suelos, filtran agua y albergan la mitad de las especies terrestres de animales, plantas e insectos del mundo. La reforestación y la forestación son dos de las soluciones basadas en la naturaleza más eficaces para combatir el cambio climático y paliar sus efectos.
La reforestación es el proceso de volver a plantar árboles en zonas que hace poco tenían cubierta forestal, pero donde ya no hay bosque debido a incendios, sequía, enfermedades o actividades humanas como la tala.
La forestación es el proceso de plantar árboles en zonas que no han estado forestadas históricamente. La forestación ayuda a restaurar suelos agrícolas abandonados y degradados, previene la desertificación, genera sumideros de carbono y crea oportunidades económicas nuevas para las comunidades locales.
La resilvestración es la restauración masiva de ecosistemas que han sido dañados por la actividad humana. Más que la conservación, que tiene por fin salvar especies concretas por medio de una intervención humana especial, la resilvestración consiste en reservar áreas extensas para que el mundo natural se regenere por sí mismo. A veces, implica reintroducir especies clave que se han extinguido en una región en particular, como los castores, los lobos o los grandes herbívoros, que ayudan a formar el ecosistema.
La resilvestración puede ayudar a combatir el cambio climático absorbiendo dióxido de carbono de la atmósfera a través de procesos naturales saludables, como la regeneración natural de la masa forestal. También contribuye a evitar la extinción de especies, ya que se crean ricos hábitats naturales que le permiten a la fauna silvestre adaptarse al cambio climático y migrar a medida que se intensifica el calentamiento.
Un sumidero de carbono es cualquier proceso, actividad o mecanismo que absorbe más dióxido de carbono de la atmósfera del que libera. Los bosques, los océanos y el suelo son los sumideros de carbono más grandes del mundo.
Los océanos absorben el dióxido de carbono de la atmósfera a través de los ecosistemas marinos y la flora y fauna que estos albergan. El proceso de secuestrar carbono en los ecosistemas marinos se conoce comúnmente como “carbono azul”. Los bosques y el suelo son otros dos de los principales sumideros naturales de carbono del planeta, ya que almacenan carbono en los árboles, la vegetación, los humedales y tremedales, y en los residuos vegetales.
Hoy en día, la actividad humana, como la quema de combustibles fósiles y la deforestación, hace que se libere más carbono a la atmósfera del que pueden absorber los sumideros de carbono naturales de la Tierra, lo que conduce al calentamiento global y al cambio climático. La actividad humana y el cambio climático también causan la degradación de los sumideros de carbono naturales, lo que supone el riesgo de que el carbono que almacenan se libere en la atmósfera. Por lo tanto, proteger los sumideros de carbono y expandir su capacidad de absorber carbono y almacenarlo a largo plazo es una estrategia clave para enfrentar el cambio climático y estabilizar el clima.
Los canjes de deuda por medidas de conservación de la naturaleza (enlace en inglés) son instrumentos financieros que reducen la deuda externa de un país a cambio de compromisos para proteger la naturaleza y la biodiversidad, y hacer frente a la pérdida de naturaleza y la crisis climática.
A menudo, los países en desarrollo muy endeudados son también muy vulnerables a la degradación del medio ambiente y al cambio climático. Esto crea un círculo vicioso en el que su deuda limita las inversiones que pueden hacer para aumentar la resiliencia al impacto de la pérdida de naturaleza y el cambio climático, incrementando aún más su vulnerabilidad a las consecuencias del colapso de los ecosistemas, la desaparición de los recursos naturales y los peligros relacionados con el clima, que agravan la presión financiera.
Los canjes de deuda por medidas de conservación de la naturaleza pueden ayudar a los países a reducir su carga de deuda, al tiempo que impulsan sus economías y contribuyen a sus compromisos nacionales con los objetivos y metas en materia de biodiversidad, clima y suelo. En algunos países, estos canjes han reducido la deuda hasta en un 10 % del producto interno bruto (PIB).
Se estima que los canjes de deuda por medidas de conservación de la naturaleza podrían generar 100.000 millones de dólares de los Estados Unidos para contribuir a restaurar la naturaleza e impulsar la acción por el clima. Sin embargo, para que esto ocurra, el volumen de las transacciones debe aumentar considerablemente.
Por acceso y participación en los beneficios (enlace en inglés) se entiende la distribución justa y equitativa de los beneficios derivados de la utilización de los recursos genéticos.
Muchos recursos genéticos valiosos de plantas, animales y microbios se encuentran en países en desarrollo dotados de una rica biodiversidad. A menudo han sido salvaguardados por los pueblos indígenas y las comunidades locales durante generaciones, junto con los conocimientos tradicionales sobre su uso y valor. Estos recursos pueden tener fines muy diversos, como la investigación médica, innovaciones agrícolas y productos comerciales como cosméticos y bebidas, lo que representa considerables beneficios. Los beneficios resultantes de su uso pueden ser financieros, educativos y culturales, y deberían compartirse equitativamente con las personas o países que los proporcionan.
Sin acuerdos que guíen el acceso y la participación de los beneficios, estos países, los pueblos indígenas y las comunidades locales podrían no obtener ningún beneficio del uso comercial de sus recursos naturales. Además de proteger y promover la equidad, los acuerdos de acceso y participación en los beneficios también fomentan la conservación y el uso sostenible de la biodiversidad.
Los empleos verdes son puestos de trabajo decentes que contribuyen a proteger y restablecer el medio ambiente, y a combatir el cambio climático. Se pueden encontrar empleos verdes en la elaboración de productos ecológicos, en servicios, como la energía renovable, y en procesos favorables al medio ambiente, como el reciclaje. Los empleos verdes pueden mejorar la eficiencia de la energía y de la materia prima, pueden reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, pueden minimizar los desechos y la contaminación, pueden proteger y rehabilitar ecosistemas, y pueden propiciar la adaptación a los efectos del cambio climático.
Como el mercado de empleos verdes está en expansión, los países deben asegurarse de que la fuerza de trabajo cuente con las competencias y la formación específicas que se necesitan para esos puestos. Esto se puede lograr invirtiendo en capacitaciones para la juventud que en el futuro se desempeñará en puestos de trabajo verdes y para el personal existente de sectores intensivos en carbono. Este último aspecto es clave para garantizar que los países estén apuntando a una transición justa, sin dejar a nadie atrás.
El Marco Mundial de Biodiversidad es un plan elaborado por las Naciones Unidas y sus Estados Miembros para alcanzar la visión global de un mundo que viva en armonía con la naturaleza antes de 2050. El Marco fue aprobado por 196 países en 2022 en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre la Diversidad Biológica (COP15). Establece 23 metas específicas que deben alcanzarse antes de 2030, junto con cuatro objetivos de largo plazo para 2050.
El Marco Mundial de Biodiversidad describe una estrategia clara que los países deben seguir para proteger y restaurar la biodiversidad. Los países acordaron 23 metas que deberán alcanzar a más tardar en 2030, entre ellos los compromisos de conservar el 30 % del suelo, el mar y las aguas continentales, restaurar el 30 % de los ecosistemas degradados, reducir a la mitad la introducción de especies invasoras y rebajar los subsidios perjudiciales en 500.000 millones de dólares anuales. Además, los cuatro objetivos de largo plazo se centran en garantizar la salud de las especies y los ecosistemas, así como detener su extinción, utilizar la biodiversidad de forma sostenible y compartir los beneficios equitativamente, además de colmar el déficit de financiación de la biodiversidad, que actualmente asciende a 700.000 millones de dólares anuales.
Las Estrategias y Planes de Acción Nacionales en materia de Diversidad Biológica (EPANDB) son planes nacionales que orientan la conservación y el uso sostenible de la biodiversidad en un país, elaborados bajo el marco del Convenio sobre la Diversidad Biológica (CDB).
Las EPANDB son herramientas esenciales para que los países diseñen y prioricen acciones de protección de la naturaleza y las integren en la adopción de decisiones, la planificación económica y las políticas públicas a nivel nacional. Desempeñan un papel especialmente decisivo en la integración de la acción ambiental y la conservación en los distintos sectores de las políticas públicas, lo que es fundamental para cumplir los compromisos asumidos por cada país en virtud del Marco Mundial de Biodiversidad y los objetivos del CDB. La incorporación de la transversalidad como característica principal de las EPANDB es importante porque muchos puntos focales ambientales nacionales no forman parte de los departamentos o ministerios más influyentes.
Las EPANDB ayudan a los países a ajustarse a las 23 metas y los cuatro objetivos del Marco Mundial de Biodiversidad, abordando la necesidad de integrar los valores de la biodiversidad en las políticas públicas, alentando a las empresas a evaluar y divulgar su impacto sobre la biodiversidad, promoviendo el consumo sostenible, estableciendo objetivos financieros y de recursos claros que se ajusten a un futuro positivo para la naturaleza, y garantizando la equidad, la inclusión y la justicia de género en las acciones relacionadas con la biodiversidad.
Todos los países signatarios del CDB deben elaborar una EPANDB en función de su contexto y sus capacidades. Desde 1993, 191 países han elaborado al menos una EPANDB.
Naturaleza en positivo (enlace en inglés) es un objetivo global para detener e invertir la pérdida de naturaleza para 2030 sobre la base de referencia de 2020 y lograr su plena recuperación para 2050. En términos sencillos, significa garantizar más naturaleza en el mundo en 2030 que en 2020 y una recuperación continua con posterioridad a ello .
Las acciones y estrategias para alcanzar el objetivo de naturaleza en positivo se centran en mejorar la resiliencia de los ecosistemas, proteger y enriquecer la biodiversidad, almacenar carbono, apoyar el acceso a los recursos naturales y reducir los riesgos para la salud de la sociedad en beneficio tanto del bienestar humano como de la salud del planeta.
El concepto de naturaleza en positivo requiere un cambio de las prácticas negativas que la degradan, a aquellas que la restauran y sostienen, garantizando que se mantengan y protejan sus beneficios. Al asegurar las contribuciones vitales de la naturaleza, la transición hacia una naturaleza en positivo apoya el desarrollo socioeconómico sostenible y lleva a la humanidad hacia una relación armoniosa entre las actividades humanas y los sistemas ecológicos de la naturaleza. En última instancia, alcanzar la naturaleza en positivo fortalecerá la resiliencia tanto de las personas como del planeta, ofreciendo un futuro en el que la salud ecológica y la prosperidad humana vayan de la mano.
En última instancia, alcanzar la naturaleza en positivo fortalecerá la resiliencia tanto de las personas como del planeta, ofreciendo un futuro en el que la salud ecológica y la prosperidad humana vayan de la mano.
Nota del editor: Si este artículo te pareció útil, explora la primera edición de El Diccionario Climático, que desglosa 40 términos y conceptos relacionados con el cambio climático
Explorar más historias
