Foto: Boris Sekularac / PNUD Montenegro
Durante más de medio siglo, los científicos nos han estado advirtiendo de los peligros que entraña el cambio climático. Sin embargo, durante mucho tiempo se consideró que cambiar nuestras economías, responsables del calentamiento del planeta, era demasiado caro o inconveniente, por lo que los países siguieron emitiendo cantidades cada vez mayores de gases de efecto invernadero a la atmósfera (enlace en inglés).
No obstante, tras decenios de progreso gradual, la situación por fin está cambiando. Las energías solar y eólica son ahora las fuentes más económicas de generación de nueva electricidad (enlace en inglés) en casi todos los países. El año pasado, las energías renovables representaron más del 90 % de las nuevas adiciones de energía. Esto significa que las inversiones en energía limpia alcanzaron la cifra récord de 2,1 billones de dólares de los Estados Unidos (USD) en 2024 (enlace en inglés) y por primera vez superaron las de los combustibles fósiles.
Al mismo tiempo, nuevos estudios muestran que el costo de la inacción es mucho mayor que lo que costaría conducir al mundo hacia un camino más seguro. Según un análisis reciente, se estima que la producción económica mundial se reduciría entre un 15 % y un 34 % (enlace en inglés) si se permite que la temperatura media global aumente 3 °C para 2100.
En este contexto, no cabe duda de que invertir hoy en energía renovable y eficiencia energética es la opción más inteligente para nuestros países y nuestra comunidad mundial. Una elección que aporta grandes beneficios cuantificables y protege el futuro de las futuras generaciones.
Entonces, ¿cómo sería un mundo en el que aumentáramos la ambición de nuestra transición hacia una energía sostenible? ¿Cómo sería si acompañáramos esa transición con medidas políticas integrales que permitieran una transición justa? ¿Podemos mejorar el bienestar humano y, al mismo tiempo, mitigar las consecuencias ambientales y sociales del desarrollo impulsado por los combustibles fósiles durante los dos últimos siglos?
Para responder estas preguntas, nos hemos asociado con el Instituto Pardee de la Universidad de Denver y Octopus Energy para analizar qué ocurriría si los países fijaran objetivos más ambiciosos en cuanto a energía renovable en sus Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC, por sus siglas en inglés) y los complementaran con políticas más amplias para una transición justa e inclusiva. Hemos recopilado los resultados en una nueva publicación titulada Charged for change: The case for renewable energy in climate action (Energizados para el cambio: argumentos a favor de la energía renovable en la acción climática).
Las conclusiones son claras: una mayor ambición en torno a la energía limpia da sus frutos.
En un escenario en el que el mundo alcance los objetivos fijados en la 28.ª Conferencia de las Partes (COP28) de triplicar la capacidad de energía renovable y duplicar la eficiencia energética para 2030, la proporción mundial de energía renovable pasaría de alrededor del 8 % en 2024 al 87 % en 2060, lo que proporcionaría a todos los habitantes del planeta un acceso fiable a la electricidad. Además, los beneficios económicos de la transición se traducirían en un aumento adicional de USD 1,3 billones del PIB nominal mundial para 2060, en comparación con un escenario sin cambios en el rumbo actual. Lo más importante es que, con esta premisa, el mundo lograría mantener el aumento de la temperatura media mundial por debajo de 1,8 °C. Este resultado reduciría significativamente los riesgos que plantean los efectos del cambio climático en comparación con nuestra trayectoria actual.
Foto: PNUD Ucrania
Foto: Karin Schermbrucker / PNUD Zambia
No obstante, existe un escenario aún mejor. Si combinamos la expansión de la energía renovable con las iniciativas para promover los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y una transición justa, tenemos la oportunidad de crear un círculo virtuoso de desarrollo que mejoraría los resultados en todos los ámbitos. Mediante la integración de las inversiones en energía renovable y las políticas holísticas de agricultura, salud, educación, gobernanza e infraestructuras, este escenario ofrece un impacto beneficioso en tres frentes: promueve el acceso a la energía, el desarrollo humano y la acción por el clima.
En comparación con un escenario sin cambios, el mundo lograría un acceso universal a la electricidad y a métodos de cocina limpios para 2060, 193 millones de personas menos vivirían en la pobreza extrema, 142 millones de personas menos sufrirían malnutrición y 550 millones de personas más tendrían acceso a agua limpia y saneamiento. Los beneficios económicos se sumarían a estas ganancias, lo que generaría un ahorro acumulado de USD 20,4 para 2060 y aumentaría el ingreso per cápita mundial en USD 6.000. Todo esto ocurriría en un futuro en el que el cambio climático se contuviera y el aumento de la temperatura media mundial se mantuviera en 1,5 °C, el umbral más seguro al que podemos aspirar en las circunstancias actuales.
Además de estar alineados con los compromisos climáticos mundiales en el marco del Acuerdo de París, estos dos escenarios ilustran que acelerar la transición hacia la energía renovable es realmente viable y rentable desde el punto de vista económico. Si bien la inversión inicial necesaria es considerable, ya que las estimaciones indican que, en promedio, la inversión anual en energía renovable debe alcanzar entre USD 2,5 y USD 3,4 billones entre 2024 y 2050, las ganancias y los beneficios son aún mayores.
Para que esto sea posible, debemos unirnos y abordar las principales medidas políticas, tecnológicas y financieras necesarias para un futuro energético sostenible. Las mejoras estructurales en la gobernanza, la infraestructura y el acceso a la financiación climática específica son esenciales para ayudar a los países a liberarse de los sistemas energéticos intensivos en emisiones y estructurar su desarrollo energético como un motor clave de las prioridades nacionales de desarrollo, incluido el acceso al agua, la educación, la infraestructura y la atención de la salud.
A medida que los países revisan sus NDC este año, es el momento adecuado para que aumenten su ambición, no solo en lo que respecta a la transición energética, sino también al desarrollo humano. La incorporación de objetivos más específicos en torno a la energía limpia en los planes climáticos, junto con la adopción de políticas e inversiones que los propicien, puede permitir a los países aprovechar plenamente los beneficios sociales y económicos de la transición energética.
Un futuro energético seguro y limpio está a nuestro alcance, pero solo si lo elegimos. No se trata de un acto de fe, sino de una decisión económica racional que esté en sintonía con la moral.
Pero seamos claros: incluso las energías renovables tienen sus desafíos. Su desarrollo puede tener repercusiones reales sobre la tierra, la extracción de minerales críticos puede suscitar preocupaciones ambientales y sociales, y los proyectos a gran escala pueden perpetuar la escasez de agua y afectar el bienestar de los pueblos indígenas y las comunidades locales.
Si tomamos en serio esta transición, debemos comprometernos a hacerla bien, abordar los desafíos, aprovechar las sinergias e impulsar los cambios sistémicos necesarios para que el cambio sea verdaderamente sostenible y justo. La energía limpia no es solo una cuestión de números y megavatios, sino de cambiar vidas, garantizar un futuro prometedor y ganar la lucha contra el cambio climático, la mayor amenaza a la que se ha enfrentado la humanidad.
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La publicación Charged for change: The case for renewable energy in climate action ha sido elaborada por el Instituto Pardee de la Universidad de Denver, Octopus Energy y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en el marco del programa Pledge to Impact de la iniciativa Climate Promise.
Implementada en colaboración con una amplia variedad de socios, la iniciativa Pledge to Impact ha apoyado a más de 120 países para mejorar e implementar las Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC, por sus siglas en inglés) en virtud del Acuerdo de París. Pledge to Impact cuenta con el generoso apoyo de los gobiernos de Alemania, Japón, Reino Unido, Suecia, Bélgica, España, Islandia, Países Bajos, Portugal y otros socios de financiamiento básico del PNUD. Este programa sustenta la contribución del PNUD a la NDC Partnership.